Feliz Año Nuevo.
El plato típico de Pekín es el pato laqueado o pato asado al estilo pekinés. Y el más afamado de los restaurantes locales donde lo preparan es el Quanjude Kaoyadian. Tienen al menos dos establecimientos; nosotros hemos visitado el ubicado en la quinta planta del famoso “mercado de la seda” o mercado de las imitaciones. A pesar de estar ubicado en un lugar tan turístico, el local es genuinamente chino,
sin más concesión al visitante que la traducción de la carta al inglés. El público es también mayoritariamente chino, aunque es habitual ver mesas ocupadas por extranjeros. En las paredes pueden verse colgadas fotografías de las personalidades que han visitado el lugar: desde nuestra mesa reconocemos fácilmente a Helmut Khol, Henry Kissinger o George Bush, padre. Hay varias cartas para elegir; la principal está compuesta exclusivamente por distintas preparaciones de pato. De ahí hemos elegido, además del pato pekinés, sopa de pato, dumplings de pato, hígado de pato frito en mantequilla y unos bollitos rellenos de crema de hoja de loto que tienen forma de... patito.
El pato pekinés llega a la mesa entero, junto con un pinche de cocina que lo trocea a la vista del cliente. El primer corte es la piel, con su grasa, muy hecha y ligeramente crujiente. Lo ponen inmediatamente sobre la mesa: hay que consumirlo caliente mientras el cocinero continúa troceando el pato en pequeñas lonchas o láminas, como es tradicional en la cocina china. Una vez servido (y retirada la mesa auxiliar en la que se ha troceado), una de las camareras (compadecida de nuestra cara de pasmo) nos muestra la técnica de preparación, extendiendo con habilidad sobre una oblea los trozos de pato previamente untados en salsa, cebollino y ajo. A partir de ahí, con mayor o menor habilidad, cada comensal se prepara esta especie de “empanadillas” o “crepes”. El sabor es incomparablemente superior a cualquier sucedáneo que hayamos podido probar en restaurantes de Occidente. La carne de pato es muy sabrosa cuando es de calidad; además, está en su punto y la salsa que lo acompaña es exquisita.





El resto de la comida no desmerece al plato principal. Los hígados de pato, gracias al toque de la mantequilla, están más jugosos que el foie fresco al que estamos acostumbrados —aunque me queda la duda de si la mantequilla será de leche—. Los dumplings, con sus cuatro ingredientes componen una exquisita mezcla de colores, sabores y texturas. La sopa, con su sencillez, resulta sabrosa, tonificante y sorprendente. Los patitos, con su alegre presencia,
sirven de postre a una comida que, para nosotros, rozó la perfección.


Como es costumbre, la comida está acompañada de té; en esta ocasión, de la variedad Oolong. El trato del personal ha sido muy amable, en un ejemplo más de la afamada cortesía oriental.
El valle de la Bekaa en el Líbano es conocido desde la antigüedad por sus vinos. Allí, a una altitud de unos 1000 metros sobre el nivel del mar y con un clima suavizado por la protección de las montañas, se encuentra la bodega Massaya (crepúsculo). En sus vinos se une la tradición que data de la época de los fenicios con las técnicas importadas de Francia. Su tinto Silver Selection se elabora a partir de las variedades Cinsault (40%), Garnacha (30%), Cabernet Sauvignon (15%) y Mourvèdre (15%) y se envejece en barricas de roble francés.
La marca Black Tower pertenece a la compañía vinícola alemana Reh Kendermann. En esta ocasión probamos su pinot gris que presenta un limpio y muy claro tono amarillo pajizo. Su aroma es de poca intensidad predominando la fruta verde y las flores. En boca es fresco, ligeramente ácido y con un toque dulzón. Y aunque su persistencia no es larga sí que es sin duda agradable.
Pues al final todavía ha habido tiempo para una más. En mi última cena inglesa de este viaje nos decidimos por algo sencillo pero sabroso: fuimos a un fish and chips y pedimos raciones para llevar de bacalao, patatas fritas y puré de guisantes. Y tengo que confesar que desde que empecé a oler el típico aroma a fritanga del local se me hacía la boca agua. Al tiempo que me volvían los recuerdos de mi primer verano en Inglaterra, en el que muy a menudo terminábamos recenando en uno de estos sitios.
gran superficie.
Continuando y posiblemente finalizando por ahora la serie de comida tradicional inglesa hoy toca hablar del Cottage Pie. Se trata de un pastel de carne de ternera picada cubierto con puré de patata. También lleva zanahorias. Un plato sencillo pero muy nutritivo y si está bien preparado, como era el caso, muy sabroso.
conseguido encontrarlo en las tiendas inglesas. Pero afortunadamente llevaba uno en mi maleta. Y como es de esperar estaba sencillamente perfecto. De color teja y aromas a fruta y madera. Su sabor tiene el toque ácido característico de los vinos de Haro y que personalmente me encanta. Y su persistencia es muy prolongada y agradable. Un Rioja clásico de los que nunca defraudan.
Seguimos aprovechando la gran variedad de vinos que se pueden encontrar en las tiendas locales para probar en esta ocasión un vino del sureste australiano. Este Nottage Hill nos atrae por la combinación de dos variedades que nos gustan y que combinan muy bien. Su color es morado de gran intensidad. Los aromas hay que descubrirlos entre la sensación alcohólica predominante, pues desgraciadamente sigue la cada vez más extendida moda de llegar hasta los 14 grados. Algo que me sigue pareciendo innecesario y en muchos casos contraproducente. Pero insistiendo encontramos frutas maduras, hierba y algo de madera, lo que nos hace pensar en virutas pues crianza no tiene. Y finalmente en boca resulta agradable, con una gran persistencia de su sabor predominantemente amargo con un toque ácido y una leve sensación astringente.
El martes fuimos de pubs por Beverley. Primero estuvimos en el White Horse Inn, un lugar encantador en el que todo se mantiene a la antigua usanza. Ni siquiera tienen electricidad. Entrar estos días con el frío de la calle y encontrarse con el ligero olor de la mortecina luz de gas y el calor de las chimeneas encendidas en sus numerosos salones es una verdadera gozada. Allí tomé una cerveza (de caña manual) de Samuel Smith. En concreto la bitter, que resultó de aspecto tostado, dulzona como corresponde al gusto inglés y, lógicamente, ligeramente amarga.

Al tratarse de un vino joven su color es de un bonito tono morado. El aroma recordaba frutas frescas, casi verdes, predominando las frutas del bosque. Y en boca era ligeramente dulzón gracias al aporte de la dornfelder, mientras que la pinot noir se dejaba notar con un delicado toque amargo. Con sus 11,5 grados de alcohol nos ha resultado muy agradable de beber, acompañando perfectamente un plato de pasta a la boloñesa en el que, todo hay que decirlo, había más carne que pasta.
En el pequeño pueblo de South Cave (Yorkshire) he encontrado esta calle cuyo nombre obviamente me ha encantado. Desde luego les alabo el gusto en la elección de topónimos.


Kingston upon Hull es una ciudad del este de Inglaterra, situada en la desembocadura del río Humber. Tiene algo más de 250.000 habitantes y dispone de una rica y variada oferta gastronómica.
El mismo día que llegué tomamos para cenar un Lancashire Hot Pot realmente delicioso. Consiste en un guiso de cordero con patatas y otras verduras variadas. La carne era abundante, estaba tierna y el característico sabor del cordero era el predominante.
Decidimos acompañarlo con un Marqués de Murrieta reserva de 2000. Y fue una excelente elección. Se trata de un vino de aroma afrutado y especiado, en el que se distingue perfectamente el roble. Y de sabor resultó muy agradable, con un ligero toque astringente. Un Rioja al estilo clásico que completó una cena perfecta.
Entre la logroñesa calle San Agustín y la plaza del mismo nombre, a un paso de la calle del Laurel y dentro de la zona de influencia de ésta, se encuentra el bar La Anjana. Hace unos meses que se reabrió el local tras una importante reforma y pronto nos llamó la atención por sus croquetas de morcilla. Pero poco a poco hemos seguido probando el resto de tapas que ofrece y lo cierto es que todas nos han parecido muy satisfactorias. Sabrosas, bien elaboradas y con un toque de originalidad. Además de las croquetas también nos encantaron, por mencionar alguna otra tapa el queso de cabra sobre cebolla aderezado con uvas pasas y módena, la tarrina de foie compaginado con membrillo, nuez y compota de manzana y por supuesto las bolitas de camembert (en la foto) con miel y módena. Todo un placer para los sentidos. Y además uno se puede dar el gustazo de acompañar tales creaciones con un buen crianza, como el Azpilicueta, sin duda uno de nuestros favoritos.
En estos días de otoño es una maravilla contemplar los paisajes de viñedos. La variedad de colores de sus hojas es sencillamente inacabable: desde el verde hasta el ocre, pasando por amarillos y rojos. Por desgracia en ninguno de mis paseos en los que he podido disfrutar de tan espléndidas vistas llevaba la cámara de fotos a mano. Sin embargo el humorista Tris ha debido pensar lo mismo y además no tiene ese problema puesto que puede dibujar sus propias viñas. Y con la gracia que le caracteriza.



Dentro del hotel Asia Beijing en el que nos alojamos se encuentra un original restaurante especializado en pescados y mariscos. Su nombre es Old Dock. Lo más llamativo del local es, sin duda, las cuatro barcazas que flotan en un pequeño estanque en el centro del establecimiento. En su interior hay dispuestas mesas para el servicio de los clientes. Hay otras mesas convencionales —la mayoría— pero, obviamente, nos atraen las barcas y reservamos una de ellas. Entrar en ellas es, literalmente, embarcar y durante toda la comida la mesa-barca se mece dulcemente sobre el estanque, impulsada cada vez que el amable camarero sube a bordo para el servicio.
La carta es tremendamente variada. Afortunadamente, nuestro camarero, que se presenta como James, no duda en explicarnos, con paciencia y tranquilidad, cada plato, recomendando los que están en temporada. El resultado final es una cena irrepetible. Comenzamos con una “sopa de aleta de tiburón” que solo puede calificarse de exquisita. El sabor y la textura son completamente diferentes de cualquier otro sucedáneo que hayamos podido ver en Occidente. Llamarlo sopa quizá no sea del todo correcto, ya que el ingrediente principal abunda tanto o más que el liquido. La consistencia de la ¿carne?, muy tierna, se complementa perfectamente con los aditamentos (“salsa marrón”) de la sopa. Se presenta en la mesa sobre un infiernillo que la mantiene caliente.
El plato con mayúsculas de la cena es un pescado que la carta identificaba como “trucha de arrecife de coral”. Tras presentarlo a la mesa aun vivo, fue preparado al vapor y acompañado con una deliciosa salsa. Estaba en su punto, con una carne de delicada textura que se separaba fácilmente de la espina y un sabor extraordinario que no soy capaz de comparar con ningún otro pescado que haya probado antes.
Tomamos también un plato de ternera, suave y tierna, que combinaba perfectamente con el arroz hervido, unos suculentos “dados de hígado de oca a la pimienta y el ajo” (especie de foie fresco con verdura) y unas hortalizas, recomendadas por nuestro eficiente camarero, de cierto parecido con los puerros y aliñadas de una forma semejante a la española. Tal como es costumbre en China, acompañamos la comida con té. En este caso, de la variedad Oolong, una de las más apreciadas.

Lo exquisito de la comida, espléndidamente emplatada y presentada, y el esmerado servicio convirtieron esta cena en una de las mejores experiencias de nuestro viaje a China. Eso sí, advertimos a los viajeros que el Old Dock es un restaurante caro, con precios occidentales muy alejados de lo habitual en China.