La primera sorpresa gastronómica, muy agradable, fue el bacalao, de un frescor, una blancura y una firmeza que no había percibido nunca. A lo mejor los portugueses ya están más acostumbrados, pero como en nuestro país solemos degustar el bacalao que se ha conservado en salazón, no estaba preparada para esta experiencia tan agradable. Estuvimos en un restaurante sin pretensiones (el Chaqwa, adjunto foto por fuera y por dentro) que encontramos en el centro de Reykjavik, pero no es tanto mérito del mismo sino de la materia prima, de inigualable calidad.
En la foto lo podéis ver servido con una ensalada multicolor en la que cada ingrediente se presenta por separado, en vez de mezclado con los demás.
Ya para entonces empezamos a leer en las cartas y en la guía que llevamos otras especialidades para estómagos mucho más aguerridos. Como mi naturaleza es muy curiosa, allá que fui a probarlas a pesar de que, como en el caso de lo que os voy a contar ahora, mi sentido de la ecología se rebelaba. Hablo de los frailecillos, esas aves con cara de payaso y cuerpo de pingüino que todos hemos visto alguna vez en algún libro o algún documental. Lo comí en el restaurante Olafshus (la Casa de Olaf), en el pueblo de Saudarkrokur:
Tengo que decir que su sabor no me gustó mucho, aunque se nos presentara en un plato en salsa que intentaba enmascarar su sabor, de por sí desagradable: una mezcla de hígado y de pescado, y es que este animal solo se alimenta de peces, con lo que es lógico que sepa a ellos. Además, está el hecho de que se los caza, no se los cría, con lo que no recomiendo mucho su consumo porque gastronómicamente no aporta nada o casi nada, más que el poder decir que se ha degustado, y por lo poco sostenible de su obtención.
La Olafshus por dentro:
El tercer producto curioso que probé fue tiburón podrido (Sker en idioma), o así aparecía en nuestra guía. Esta ocasión se nos presentó un día de mucha lluvia, al meternos en un restaurante (el Narfeyrarstofa) del pueblo de Stykkishólmur para resguardarnos:
El local por dentro, que es cálido, como todos los de esta tierra fría:
Me decidí a comer tiburón cuando lo vi en la carta, que estaba tan cuajada de productos absolutamente diferentes a los que estamos acostumbrados en nuestras latitudes que le hice unas fotos que podéis ver aquí (también tenían ballena, esto me faltó probarlo, pero me alegro de no haberlo hecho, porque desde la época de los documentales de Jacques Cousteau estoy en contra de la caza de ballenas).
Aquí tenéis la carta de tés y cafés:
Aquí los entrantes:
Y aquí los segundos:
Concretamente, esto es lo que comí:
El tiburón en cuestión era más una muestra testimonial del mismo que un plato hecho y derecho. Presentado sobre una piedra, consistía en 4 trocitos de tiburón cortados en dados y acompañados de dos mejillones (dos y ninguno más, ¿eh?), dos ramitas de algas secas (como chicle vienen bien, porque se tarda en hacerlas comestibles a base de mordisquearlas y tenerlas dando vueltas en la boca) y dos trozos algo más grandes de pescado seco deshidratado, que no estaba mal y recordaba un poco a patatas fritas en su consistencia. La taza es un té (el penúltimo de los de la carta que os mostré más arriba, el de abedul, muy amargo y no recomendable):
Y diréis, "bueno, ¿a qué sabe el tiburón?" Pues es como comer NH3, es decir, amoníaco puro (en la carta no pone que esté podrido, pero en la guía decía que la especialidad es así, y doy fe que el sabor puede ser a podrido perfectamente). No lo recomiendo, aunque como curiosidad, y para no volver a comerlo, vale. ¡Ah! Y todo ello regado con un vasito de "Brennvinn", que como su nombre indica, es "vino que quema", es decir, aguardiente, pero del de verdad, es decir, con una gradación alcohólica de unos 40º. Bueno, todo es atreverse, y reconozco que el maridaje con los demás productos descritos era adecuado.
El 4º y último producto "raro" del que voy a hablaros (los demás platos que comimos en Islandia fueron bastante más normales), es el caballo, que algunos ya conoceréis, puesto que se puede encontrar tanto en España como en el resto de Europa, aunque su consumo no esté muy extendido aún. Islandia tiene la peculiaridad de que no permite que su ganado autóctono se mezcle con ganado de otros países, y esto viene siendo así desde la época de los vikingos, con lo que la denominación de origen está asegurada. Otra cosa curiosa es que el ganado está suelto, luego decir allí que comes caballo u oveja es casi como decir que comes caza, porque hay que ir a cazarlos por el campo. El caballo, como el bacalao con el que empezamos nuestro periplo islandés, y que también pedimos en este mismo sitio del caballo, estaba delicioso: bien hecho por fuera, poco hecho por dentro, tierno, aromático y jugoso, una delicia. Lo sirvieron con una ligera salsa de arándanos, pero igual hubiera dado servirlo solo, porque su carne no necesitaba más sabores. Y curiosamente, no lo encontramos en un restaurante como tal, sino en el del museo etnográfico de la ciudad de Borgarnes, ya cerca de Reykjavik, museo que recomiendo a los que estén interesados en conocer mejor la historia y las sagas vikingas de esta tierra (en la tienda del museo se venden libros de sagas y también de los dioses vikingos, entre otras muchas cosas).
Foto del entrante (arenque preparado de 3 maneras distintas, aunque con un acentuado sabor dulce):
Foto del bacalao (de nuevo blanquísimo y fresquísimo):
Foto del caballo pero ya procesado (todo un regalo para el paladar):
Un par de recomendaciones más:
1) En el pueblo de Egilsstadir hay un restaurante (el del Guesthouse Egilsstadir) donde hacen la mejor crema de langosta que haya probado nunca. (En nuestro caso regada con la cerveza local Viking, como no podía ser de otra manera):
Mirad qué bonito es el local, que aparte de restaurante es también hotel:
Esta chica ya no trabaja allí (era tan simpática que hasta hicimos buenas migas y mantengo con ella una correspondencia por correo, lo cual os indica que el personal es muy amable).
Y en el Café Valny, también en Egilsstadir, podéis encontrar las mejores tartas y zumos caseros (además de "bagels" dulces y salados, como este de salmón que podéis ver en la foto), sin duda, junto a una decoración de lo más ecléctica y cálida. También os dejo fotos del sitio:
Mirad qué tartas... ¡y todas caseras y deliciosas!
2) Siguiendo con lo dulce, recomiendo vivamente visitar la casa azul de Akureyri (la 2ª ciudad de Islandia): los mejores pasteles de zanahoria, junto con otros muchos de otros tipos. Aquí podéis ver la foto, está en la calle central, es tan grande (toda de madera pintada de azul oscuro) que no se os escapará:
La decoración por dentro:
¡Y las tartas, que eran el motivo para ir!
Por último, deciros que el agua es tan pura en Islandia, y hay tanta, que te la dan gratis en cualquier lugar y al sentarte a comer no la tienes que pedir porque te la sirven por defecto. Espero que disfrutéis del país, porque merece la pena. Además, aparte de que hay muchos españoles allí (debe ser destino de moda), en casi todas partes hay una conexión wifi estupenda, con lo que no estaréis muy desconectados de casa en ningún momento (a menos que no queráis que os encuentren, claro...). ;-)
3 comentarios:
Qué relato más interesante y cuántas comidas nuevas, sorprendentes y deliciosas (algunas). Gracias por contarlo aquí. ¡Bienvenida a Epicúreos, Natalia!
Me ha encantado la entrada!!! Mucha información y opinión, así da gusto!! ya tenía a Islandia en mi lista de destinos deseables, pero ahora más!! Te animo a que hagas otra entrada sobre lo que no hablas aquí, un poco de la naturaleza y geografía o de lo que visitasteis, aunque sea resumido. Bienvenida a epicúreos!!
Me ha parecido muy interesante tu entrada!. Como dice Elena, anímate a contarnos mas cosas sobre tu viaje a Islandia :-D.
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