martes, 25 de marzo de 2008

AKEBASO: un día en el campo

Para los urbanitas clásicos la idea de un día en el campo suele asociarse con improvisados almuerzos encima de una piedra, de una mesa de plástico, del maletero del coche o de una manta sobre un hormiguero. Sin embargo, en los últimos tiempos el concepto "día en el campo" se está asociando cada vez más a relajadas y tranquilas comidas en restaurantes alejados de las ciudades y ubicados en antiguas ventas o en casas rurales. Restaurantes que, por otro lado, se han revestido en muchos casos con galas de alta cocina.

Un buen ejemplo es el Akebaso, asentado sobre un espectacular caserío totalmente reformado en Apatamonasterio-Atxondo, en pleno Duranguesado vizcaíno. El edificio, en un entorno rural típicamente vasco, atrae a numerosas parejas en el día de su boda. Sin embargo, también tienen un comedor de diario, cuyas excelencias vamos a contar seguidamente.

Antes de nada, debemos señalar que el trato y la atención al cliente es excelente. Incluso antes de llegar, cuando, telefónicamente, nos indicaron muy acertadamente como acceder al lugar a través de una carretera aparentemente cortada. A la hora de pedir, fuimos excelentemente aconsejados y, en general, todas las personas que se acercaron a la mesa destacaron por su amabilidad.

Comenzamos pidiendo un arroz cremoso de vieiras y carabineros. Por consejo de la maître pedimos solo media ración, completando el primer plato con otra media ración de ensalada de pulpo brasa con láminas de bacalao. Excelentes ambos, aunque el arroz destacaba claramente. Mientras esperábamos, la casa invitó a un interesante aperitivo compuesto por salmón marinado y un sorbete de alubias. En ambos casos, el cocinero consiguió unas interesantes y novedosas texturas para sabores tradicionales.

Para el segundo plato nos decantamos por las carnes: unas carrilleras a la antigua y rabo de toro. Sin embargo, un nuevo consejo de la maître provocó el cambio del rabo por una presa de buey wagyu o kobe. Y hay que decir que el consejo fue de lo más acertado: la carne, a la parrilla, era excelente y su preparación, óptima. Hasta el punto de que las carrilleras, tiernísimas y acompañadas por una salsa que invitaba a acabar con el pan, quedaron totalmente eclipsadas.


Resulta tal vez paradójico que en un país que presume de buenas reses, el vacuno japonés esté alcanzando tanta fama. Pero hay que decir que es merecida, al menos a tenor de lo que aquí probamos. Eso sí, el precio del plato era ajustado al resto de la carta; lo cual, teniendo en cuenta el altísimo precio de la carne wagyu, no dejó de sorprendernos.

Para el postre nos decantamos nuevamente por la recomendación de la casa: tostada con helado de toffee. La combinación, acompañada de naranja confitada, alcanzó también una nota sobresaliente. Antes, sin embargo, preguntamos por los quesos, lo que nos llevó a tomarnos media tabla de quesos del país que, por conocidos, no necesitan más comentarios.


Regó tan excelente comida un Muga, crianza de 2004, seleccionado de la amplia carta de vinos. Tal vez pecamos de conservadurismo al elegir el vino, pero es que hay cosas que no cansan nunca y un buen Rioja clásico es una de ellas.

1 comentario:

Guillermo dijo...

Una carta de vinos muy organizada, por cierto. Los tintos de Rioja estaban separados en tres apartados: clásicos, modernos y de autor. Esto ya de por sí da idea de su magnitud. No hace falta decir por qué sección nos decantamos.
Y en cuanto a la comida, no sé si será porque le administren sake y cerveza y le den masajes, o si será simplemente porque ese buey es así, pero fue sin duda la pieza de vacuno más sabrosa que he comido en mi vida.