Uno de los atractivos del Museo Guggenheim Bilbao es su restaurante, perteneciente al grupo Martín Berasategui y regentado por Josean Martínez Alija. Una fuente de confianza nos habló de la carta y, con la excusa de visitar la exposición sobre los aztecas, decidimos ir a probarla.
No pudimos. Sí, fuimos y entramos al Museo, subimos al restaurante y reservamos mesa. Todo lo que suele hacerse en estos casos. Visitamos la exposición -que, por cierto, está muy bien; descubrí cosas que no conocía y eso es siempre un premio para el organizador- y nos fuimos a comer a la hora pactada.
Primero nos tuvieron esperando un cuarto de hora largo. Después nos sentaron en una mesa con una silla y un sillón al cual más incómodo y tardaron otros diez minutos sobrados en traernos una carta. Ahí estaba la sorpresa: era el menú del día y sólo eso. Llamamos a la responsable (dos minutos haciendo aspavientos, porque ahí nadie te hace caso) y nos dice, con toda su calma, que esa es la cafetería (los dos espacios, al parecer, están separados por unos biombos) y solo sirven menú del día. Le explicamos que hemos reservado para comer en el restaurante y que hemos hecho el viaje a propósito para ello. Nada: el restaurante está lleno (por cierto, no lo estaba) y no podemos pasar. Le echa la culpa a quien nos haya tomado la reserva. Le señalamos que fue ella misma y se calla. Le decimos que nos da igual comer allí, pero de la carta. Nones, solo menú del día. Ese es el momento en el que nos tendríamos que haber marchado, pero eran las tres de la tarde y no nos apetecía deambular por las calles buscando un lugar sin reserva. Finalmente transigimos y pedimos el menú del día.
No acabó ahí la cosa, ya que el servicio es simplemente pésimo: ni te atienden, ni te entienden. Te plantan el plato y te lo retiran. No es un lugar para comer, está claro, sino para quitar el hambre y marcharte. Eso, marcharnos, fue lo mejor. Dudo que jamás vuelva a pisar esa casa o cualquiera otra del grupo, al menos voluntariamente.
2 comentarios:
Sólo puedo estar de acuerdo con tus comentarios. Todo en nuestra excursión salió perfecto, salvo la experiencia en el restaurante que fue absolutamente decepcionante.
Lo de tenernos esperando quince minutos a la entrada teniendo reserva y llegando a la hora sería en todo caso una descortesía. Pero cuando finalmente te sientan en una mesa que estaba libre desde el principio te das cuenta de que es directamente una afrenta al cliente resultado de la ineptitud manifiesta de las personas encargadas de las reservas.
El segundo gran error de este personal consiste en clasificar a los clientes según su propio criterio. Puede resultar conveniente para el funcionamiento de su negocio el tener dos zonas diferenciadas: una para menú del día y otra para comer a la carta. Lo que no pueden esperar es que el cliente que va a reservar conozca su modo de funcionamiento a priori. Cuando nosostros reservamos mesa para el restaurante damos por sentado que sólo hay uno. Cuando la encargada de reservas nos toma nota y no explica las dos opciones, automáticamente nos clasifica. ¿Basándose en qué? me pregunto. Cuando me doy cuenta de que esto es lo que ha sucedido me vuelvo a sentir ofendido por esta persona tan poco profesional, que se ha tomado la libertad de etiquetarme según su limitado entendimiento y sin considerar que mereciese la pena consultarme. Sencillamente improcedente e indignante.
Lógicamente el siguiente paso (cuando conseguimos que la encargada nos dedique un momento de atención) es explicar lo sucedido para tratar de corregirlo. Y aquí viene la parte del desprecio al cliente. Porque no de otra forma se puede entender que tras quedar claro que el error ha sido suyo (la propia encargada es quien tomó nota de nuestra reserva) se cierre en banda a la hora de darnos una solución. Ni se puede servir otra cosa que menú del día en esa mesa (pese a que el otro comedor se encuentra anejo) ni es posible disponer de una mesa (siendo sólo dos personas) en el otro comedor pues está completo.
En fin, efectivamente nos quedamos por no buscar otro sitio a esas horas. Pero ya el que la comida fuese original y estuviese bien preparada se convirtió en algo secundario porque no se puede disfrutar adecuadamente cuando te sientes maltratado.
Y un detalle más. Menos mal que pedimos como vino Azpilicueta, un tinto de Rioja que conocemos bien. Porque como sacaron las copas ya servidas podríamos habernos quedado con la duda de si nos daban lo que habíamos pedido.
En fin, que el buen nombre de Martín Berasategui como cocinero no cuadra con la falta de respeto y el desprecio con el que se trata en este lugar a quienes sólo esperábamos comer bien.
Por cierto, y ya que este artículo lleva por título el nombre del museo, decir que la exposición sobre los aztecas es soberbia.
Hay gran número de piezas espectaculares, en buen estado de conservación y expuestas de forma en que se puedan apreciar todos sus detalles.
Muy recomendable es apuntarse a una visita guiada, en la que en aproximadamente una hora te explican los fundamentos de la historia, cultura y mitología de este pueblo con el hilo conductor de algunas piezas escogidas.
Entretenida y muy ilustrativa.
Publicar un comentario