El martes 11 de septiembre, dentro del programa
El Rioja y los 5 sentidos, varios epicúreos asistimos a una cata temática titulada
La historia del vino en La Rioja. Dicha cata, con lleno absoluto, tuvo lugar en el Espacio Lagares, en la calle Ruavieja nº 20 de Logroño. También el jueves de la semana pasada hubo otra cata temática a la que no asistimos, pero de la que hemos conocido todos los pormenores gracias a un detallado relato en
Bocados de buena vida.
El Espacio Lagares es un edificio de nueva planta, propiedad del Ayuntamiento de Logroño, que alberga y protege en su interior unos lagares encontrados tras la demolición del antiguo edificio en 2005 y ahora recuperados. Estos lagos ya figuraban en el Catastro del Marqués de la Ensenada de 1751, por lo que datan al menos del siglo XVIII. En el piso superior se ha construído una gran sala multiusos donde se celebró la cata.
Por el título pensábamos que íbamos a asistir a un recorrido por la historia de cómo fueron los vinos de Rioja desde sus orígenes hasta hoy. Sin embargo, lo que nos contaron es cómo fue la relación de las personas con el vino en distintos lugares del mundo y diferentes momentos de la historia.
Tanto el narrador como el enólogo adoptaron un estilo desenfadado y gracioso que mantuvo la atención del público y llegó a arrancar las carcajadas en varias ocasiones. Según nos explicaba García Domingo, la historia cambia mucho según quién la cuenta y en el fondo eso hace que nos plantee más preguntas que respuestas.
Por eso el relato comenzó con la pregunta de por qué el Islam prohíbe el vino. Tras seguir distintas menciones al mismo en el Corán que lo contraindicaban en según qué momentos puntuales pero no lo prohibían explícitamente, llegamos a determinadas interpretaciones, la más extendida de las cuales es la de que no se debe beber.
Situación contraria la de los romanos, quienes al parecer bebían vino a cualquier hora del día. Eso sí, "adulterado" de distintas formas con el añadido de diferentes sustancias dependiendo de la ocasión y del efecto buscado: desde miel hasta plomo fundido.
También escuchamos las interesantes historias de cómo algunos famosos vinos como los de Jerez, Oporto o Madeira llegaron a ser como los conocemos ahora gracias a alguna afortunada casualidad o descuido en su transporte o almacenamiento que les hizo tomar una evolución inesperada.
Pero entre historia e histora también fuimos probando vinos que Gonzalo nos comentó con un estilo directo y provocador que a nadie dejó indiferente. Para situar cada vino nos recomendó un esquema de dos líneas: la horizontal indicando de frío a calor o de acidez a alcohol y la vertical indicando de joven a viejo. Así se definen cuatro cuadrantes: fruta, levadura, madera y evolucionado. Los vinos catados eran todos de la bodega institucional de
La Grajera, perteneciente al Gobierno de La Rioja.
El primero fue el Viña Grajera reserva 2006. Un tinto de tempranillo de color picota algo evolucionado con aromas de frutas en compota o manzana asada y sabor cálido.
El segundo vino fue un tempranillo blanco envejecido en barrica de acacia. Presentaba color muy pálido y aromas de fruta (intenso a pera) y levaduras. Por la acacia se esperaban aromas de palomitas, pero apenas tenía. Su acidez era baja, por lo que en boca podía recordar a un zumo de pera.
El tercero era otro vino blanco, un reserva 2007 de viura. Color dorado y aromas a reducción que se iban abriendo al oxigenarse, mostrando madera vieja ("de iglesia"). Expresivo en boca, recordando a frutas ácidas como el pomelo.
Terminamos la cata con otro tinto reserva aunque de 2007. Además de tempranillo llevaba graciano y mazuelo. De color cereza, menos evolucionado que el primero. Aromas terciarios a cuero ("coche antiguo"), fósforo (o pedernal), herbáceos, laurel. De más acidez que el primero que probamos, mostraba astringencia por la madera y se le veía potencial de envejecimiento en botella. Al hilo de sus comentarios el enólogo intercalaba descripciones tan precisas como desenfadadas de los términos utilizados. Así, describió acertadamente la astringencia como la sensación que deja en boca un té muy cargado.
Para finalizar con una nueva provocación, procedimos a adulterar al estilo romano uno de los vinos, el tercero en concreto, con un poco de jarabe de arce. Así obtuvimos una mezcla dulce en la que desaparecían las cualidades del vino, pero que también habría ocultado, de tenerlos, sus defectos.
En su despedida nos mostraron con cierta sorna el futuro del vino. Un futuro en el que uno mismo prepara el coupage más adecuado a cada ocasión siguiendo las instrucciones de una caja con tres grifos de tres variedades distintas de vino: castelao, cabernet y syrah. Según la ocasión, se añade más o menos proporción de cada una a la jarra donde se sirve el vino. Como dirían los romanos de hoy, se non è vero, è ben trovato.