martes, 1 de diciembre de 2009

Gayarre, restaurante

Gayarre
Dirección: Ctra. Aeropuerto, nº 370, Zaragoza
Teléfono: 976344386
Web: www.restaurantegayarre.com
Precio orientativo: 50€

El Gayarre es probablemente uno de los más conocidos restaurantes de Zaragoza. Siempre había oído hablar muy bien de él y tenía ganas de probarlo. Al fin la ocasión llegó y éstas han sido mis impresiones.

Para empezar el lugar de por sí ya invita a disfrutar tranquilamente de una buena comida: el Gayarre es un caserón con varios comedores (también dan banquetes) de elegante decoración y rodeado de plácidos jardines.
El servicio es lo que uno espera encontrar en un restaurante de categoría: atento, eficaz y además muy amable.
La carta es amplia, con platos tradicionales en los que sin embargo se permiten elaboraciones modernas. Llama la atención la variedad de pescados y mariscos pese a no ser precisamente típicos de la zona. También la carta de vinos muestra una cuidada selección capaz de contentar a cualquiera.

Antes de empezar a comer nos obsequiaron con unos aperitivos. Un choricillo frito y unas aceitunas muy bien elaboradas junto con un poco de tomate natural para untar en pan. Esto último, combinado con el excelente aceite de oliva que teníamos en la mesa (una botellita de Dauro, de bodegas Roda) resultó ser delicioso.

Muy pronto llegaron los primeros platos. Una sopa de chilindrón con albóndigas de bacalao. El chilindrón hacía una sopa muy sabrosa y a la vez acompañaba perfectamente a unas suaves bolas de bacalao. Todo ello bien calentito, lo que en un día frío resultaba aún más de agradecer.
El otro primero era un carpaccio de pulpo con salsa de patata y aceite de pimentón. Ni más ni menos que una deconstrucción del clásico pulpo a la gallega. Un resultado igual en sabor pero totalmente diferente en texturas. Muy logrado y servido además con una selección de distintas sales para aderezarlo: una sal de Ibiza, otra roja de Hawai y una tercera, denominada de diamante, en roca y con su rallador para servirse uno mismo.
Tras los primeros, los segundos no se hicieron esperar. Los riñoncitos de lechal con arroz basmati estaban exquisitos.
Por otra parte la hamburguesa con croqueta de queso, cebolla caramelizada y salsa de mostaza era otra originalidad de la casa. Encontrar una hamburguesa en la carta de un restaurante así es como poco sorprendente, pero viendo los detalles de su elaboración había que probarla. Las propias hamburguesas eran de carne de calidad. Picada con fina textura y gran sabor. En su punto, algo tostadas por fuera y uniformemente bien hechas (pese a su grosor) por dentro. Y el acompañamiento completaba lo que sería una hamburguesa con queso en un nuevo ejercicio de deconstrucción totalmente exitoso al añadir el queso rebozado, la cebolla caramelizada aportando un agradable toque dulce y la salsa de mostaza, más suave que una mostaza normal. También había unas patatas fritas en finas láminas. Por supuesto, de ketchup ni hablar. :-)
Mientras esperamos los postres tuvieron el detalle de ofrecernos unas uvas de mesa para picar. Grandes y jugosas aunque mucho menos dulces que las que se suelen emplear para elaborar vino.




Entre los postres había varias elaboraciones de repostería, como las cañas rellenas de crema.
Y también otra sorpresa: el dulce de borraja con melocotón y yogurt. Presentado en un vaso con los ingredientes separados por capas. Primero se encontraba el yogurt con textura de mousse. Inmediatamente debajo estaban los trozos de melocotón. Y en la parte inferior la borraja, preparada en dulce pero conservando a la vez su característico sabor. Ya sé que esta verdura no es del gusto de todo el mundo, pero a mi me ha encantado. Además llevaba azúcar sin disolver que crujía dulcemente al morderla.
Para acompañar la comida seguimos el consejo del sumiller, quien tras una agradable conversación sobre distintos vinos, nos recomendó un blanco Inédito, de Bodegas Lacus [flash], de Aldeanueva de Ebro. Nos explicó que este vino se elabora a partir de garnacha gris y también nos aseguró que lo tienen en exclusiva en este restaurante. El vino, de 2008 y con un respetable 13% de alcohol, tenía un color pajizo de baja intensidad aunque mostraba algún reflejo muy pálido de tono salmón. Sus aromas eran más frutales que florales, de intensidad media baja. Y en boca tenía un inicio fresco y algo dulce que se desvanecía pronto, dejando una sensación cálida. Correcto, resultó particularmente adecuado con los primeros.

Terminada la comida nos ofrecieron una copita de pacharán, con el detalle de que se encontraba parcialmente helado, con finas láminas heladas que se fundían apenas entrar a la boca. Una última sensación original para acabar.



En conclusión, un restaurante en el que se puede disfrutar relajadamente de una comida tradicional con detalles de modernidad muy bien incorporados.

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