lunes, 24 de marzo de 2008

De pinchos por Zaragoza

Zaragoza lleva unos años preparándose para la Exposición Internacional que se va a celebrar en este año 2008 y que han querido dedicar al agua y al desarrollo sostenible. Por tal motivo ha recibido un notable lavado de cara en forma de nuevas infraestructuras, espectaculares construcciones e importantes restauraciones.
Y otra cosa que también ha cambiado son sus pinchos. En esta Semana Santa, gracias a la amable invitación de unos amigos, he conocido nuevos lugares que no existían hace años, cuando yo vivía por allá.
En el primer local que visitamos la especialidad era el champiñón. Me comentaron que recordaba a los que se pueden comer en Logroño y no pude por menos que estar de acuerdo. A ello sin duda colaboraba el tinto de Rioja con que se podía acompañar. Al salir nos fijamos en el nombre del bar: La Cueva en Aragón. ¿Coincidencia? Creo que no. Sólo le faltaba tener también pincho de sepia.
Seguidamente fuimos a otro bar, La Taberna Doña Casta, donde me recomendaron, de entre sus numerosas especialidades, pedir el foie. Se trata de un pincho que está muy de moda, pero no en todas partes lo hacen igual. En este caso la materia prima era buena y la elaboración también. Un acierto.
La ronda de pinchos terminó en un bar libanés llamado Fenicia, la casa de las empanadillas. Su especialidad, las empanadillas preparadas al estilo del Líbano. Allí pedimos un surtido variado que compartimos entre los presentes para probar todas. Gran idea pues hubiera sido una lástima perderse cualquiera de ellas: de pollo al curry, de queso, de carne con picante... Todas estaban buenas. Y para acompañar también se podía elegir vino o cerveza del Líbano. Como vino libanés probé hace poco, elegí cerveza. Suave, refrescante, de poco más de cuatro grados, me resultó muy agradable.
Para reposar los pinchos acudimos después a la tetería Sherezade que dispone de una extensa carta de especialidades. Yo tomé un té denominado mil y una noches. Suave y aromático, la combinación de especias que llevaba lo hacía tan evocador como las historias de las que toma su nombre. También preparaban narguiles y al ver la expresión de quienes los disfrutaban casi lamenté no ser fumador.
Pero lo mejor fue sin duda la conversación que al calor de las infusiones y de la buena compañía surgió y completó una jornada perfecta.

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