
El bar no estaba lleno. Tampoco vacío, pero había sitio e incluso un lugar en la barra, donde nos situamos. El resto de clientes parecían servidos y los camareros se entretenían en otras labores: secar vasos o ir y venir entre la cocina y la barra. Pero no parecían reparar en nosotros. Así seguimos un buen rato en que parecía que nos ignoraban. Hasta que por fin uno se puso a tiro y le preguntamos si nos atendía. Su respuesta fue que esperásemos. Y siguió con otras tareas varias (no atendiendo a otras personas que hubieran llegado antes, cabe aclarar) hasta que pasado un nuevo tiempo prudencial terminó por agotarse nuestra paciencia. Entonces nos fuimos y con idea de no volver.
Y aquí está nuestro veto. Una lástima que el buen local que ocupa se desperdicie de esta manera.
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