Las fuentes de Roma son, como tantas otras cosas en la ciudad eterna, muestra de la sabiduría que ha acumulado a lo largo de milenios de existencia. El caño curvado hacia abajo permite llenar con facilidad cualquier recipiente. Pero si tapamos con un dedo la salida del agua, entonces encuentra una nueva vía por un agujerito en la parte de arriba, lo que permite beber con toda comodidad. Es un ingenioso detalle que se agradece, sobre todo cuando aprieta el calor.
Mi viaje a Roma en este mes de junio ha sido inolvidable por muchos motivos. Para empezar, nuestra anfitriona, que nos acogió en su casa con hospitalidad sin límite. Y por supuesto la compañía, que hizo muy agradable incluso el recorrer toda la ciudad bajo un sol abrasador.
La impresión general que me ha dejado mi primera visita a Italia ha sido la de un país que tiene mucho en común con el nuestro en cuanto a forma de vida y carácter de la gente. Allí me he sentido muy cómodo y con muy poca sensación de ser extranjero.
En cuanto a Roma, creo que es una maravilla recorrer su centro a pie. Su patrimonio artístico parece inagotable y sorprende en cada plaza, en cada calle y al doblar cada esquina.
Como colofón, el detenerse en cualquier local a comer algo y descansar un rato constituye un placer para todo amante de la cocina italiana. Jugosas pizzas y gran variedad de platos de pasta hacían siempre difícil la elección. Aparte de otras opciones no por menos conocidas menos atrayentes.
Ya estoy pensando en el próximo viaje, en el que me gustaría dedicarme además un poco a los vinos.
lunes, 27 de junio de 2005
sábado, 25 de junio de 2005
Menú del día
Comimos en la cafetería del Museo Gugenheim Bilbao un menú llamado "Homenaje a la Cultura Azteca" o algo parecido: sopa fría de tomate con ravioli de calabacín y guacamole; guajalote sobre cama de polenta con yuca frita y crema cuajada de leche con bizcocho de chocolate y helado. Café y cuenta. Puerta y adios.
Guggenheim Bilbao
Uno de los atractivos del Museo Guggenheim Bilbao es su restaurante, perteneciente al grupo Martín Berasategui y regentado por Josean Martínez Alija. Una fuente de confianza nos habló de la carta y, con la excusa de visitar la exposición sobre los aztecas, decidimos ir a probarla.
No pudimos. Sí, fuimos y entramos al Museo, subimos al restaurante y reservamos mesa. Todo lo que suele hacerse en estos casos. Visitamos la exposición -que, por cierto, está muy bien; descubrí cosas que no conocía y eso es siempre un premio para el organizador- y nos fuimos a comer a la hora pactada.
Primero nos tuvieron esperando un cuarto de hora largo. Después nos sentaron en una mesa con una silla y un sillón al cual más incómodo y tardaron otros diez minutos sobrados en traernos una carta. Ahí estaba la sorpresa: era el menú del día y sólo eso. Llamamos a la responsable (dos minutos haciendo aspavientos, porque ahí nadie te hace caso) y nos dice, con toda su calma, que esa es la cafetería (los dos espacios, al parecer, están separados por unos biombos) y solo sirven menú del día. Le explicamos que hemos reservado para comer en el restaurante y que hemos hecho el viaje a propósito para ello. Nada: el restaurante está lleno (por cierto, no lo estaba) y no podemos pasar. Le echa la culpa a quien nos haya tomado la reserva. Le señalamos que fue ella misma y se calla. Le decimos que nos da igual comer allí, pero de la carta. Nones, solo menú del día. Ese es el momento en el que nos tendríamos que haber marchado, pero eran las tres de la tarde y no nos apetecía deambular por las calles buscando un lugar sin reserva. Finalmente transigimos y pedimos el menú del día.
No acabó ahí la cosa, ya que el servicio es simplemente pésimo: ni te atienden, ni te entienden. Te plantan el plato y te lo retiran. No es un lugar para comer, está claro, sino para quitar el hambre y marcharte. Eso, marcharnos, fue lo mejor. Dudo que jamás vuelva a pisar esa casa o cualquiera otra del grupo, al menos voluntariamente.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)